POLINESIOMANÍA : Hoa Hakananai’a: el moai robado que clama justicia para Rapa Nui./Hoa Hakananai'a: The stolen moai that cries out for justice for Rapa Nui
| Esta representación artística del moai Hoa Hakananai’a ha sido realizada con profundo respeto hacia el pueblo Rapa Nui y su herencia cultural. La obra busca visibilizar la historia de un patrimonio arrancado de su tierra y recordar que cada moai es mucho más que piedra: es memoria, espiritualidad y justicia pendiente para una comunidad viva. |
E kore e ngaro te mana o Rapa Nui nunca se pierde la fuerza vital de Rapa Nui. El regreso de Hoa Hakananai’a no es solo devolver una estatua, es justicia hacia un pueblo.No pide museo: pide horizonte. Solo en Orongo, frente al mar, podrá volver a tener voz y memoria. J.J. Pradas calvo 22/08/2025
Explicación:
Elegí esta frase porque, aunque nace de un proverbio maorí, la he adaptado al pueblo Rapa Nui: expresa la fuerza que nunca muere, incluso cuando sus símbolos han sido arrancados. Resume el espíritu de Hoa Hakananai’a, un moai que no es solo piedra, sino memoria viva y sufrimiento de un pueblo que reclama justicia y el regreso de lo que le pertenece.
Sean bienvenidos, amantes de la historia y la arqueología del Océano Pacífico en esta ocasión vamos a hablar sobre un moai en particular, aunque hubo muchos que fueron arrancados de su tierra y que deben ser devueltos entre ellos este que se le conoce como Moai Hoa Hakananai'a, que traducido literalmente: como el amigo robado o también conocido como el rompeolas o incluso el que monta las olas.
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Hoa Hakananai'a, fue arrancado de su tierra, en el año 1868, lo que corresponde al siglo XIX , en la isla de Rapa nui se han catalogado más de 900 moais. Pero este en particular se localizaba en la aldea ceremonial de orongo, al noroeste de la isla, en donde se realizaba la ceremonia del tangata Manu también conocido como hombre pájaro. Sus características son. 2,42 m de alto, 96 de ancho y pesa 4 toneladas. Este en particular fue extraído al lado o a las proximidades de Rano Kau y data del siglo XIII después de Cristo y está hecho en concreto de basalto, hay 10 como el. En la espalda podemos ver una representación de tres Ao o remos ceremoniales también aparecen símbolos como el komari o vulva femenina, relacionada con la fecundidad, e inclusive aparece el famoso manutara, un ave que representa al hombre pájaro. El moai fue encontrado,como ya he mencionado, anteriormente en orongo, pero en concreto en la casa de piedra conocida como Taita Renga, estaba decorado con pigmentos naturales kie'a de origen volcánico, sólo diez moais, se realizaron con dicho material. la profanación a la casa mencionada anteriormente la tuvieron que derribar para poder extraer el moai lo cual es un sacrilegio y una profanación. Después de eso perdió los pigmentos tanto blancos como rojizos lo cual es lamentable, ya que en aquella época no se tenía consideración y por sus malas decisiones se ha perdido mucha información y simbología rapa nui.
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Cita artículos y comparativa.
En este artículo, Hoa Hakananai'a no solo ha sufrido una omisión sesgada de su condición como objeto religioso, sino que también, al ser reconocida, su fe se ha considerado como una fe muerta, descartando cualquier intento de reactivar o reconectar el objeto con su comunidad de origen, por ejemplo, preguntándose qué significa la estatua para ellos ahora.
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En cuanto a las vulvas como representación femenina, el artículo que estoy leyendo sugiere que podría tratarse del Hombre Pájaro en lugar de una figura femenina. Sin embargo, no comparto esa interpretación. Para mí, lo que realmente se representa es el ave mayor junto al ave menor, donde esta última simbolizaba a los descendientes. También se aprecia una escena de apareamiento y la explosión del huevo, que en conjunto evocan la alianza, la fertilidad y el renacimiento de los ciclos de la vida humana.
Por otro lado, discrepo bastante de la idea de que el anillo y el cinturón tallados sean un huevo y un nido. Respecto al pukao que coronaba a Hoa Hakananai’a, se ha calculado que medía alrededor de 3,75 metros sobre la superficie de su ahu. Sin embargo, esta hipótesis plantea un problema: si la base de la estatua se extendiera más de lo que muestran los registros, la posición de las manos quedaría demasiado elevada. En lugar de situarse cerca del suelo, como es característico en los moai, quedarían unos 300 mm por encima de la plataforma, lo que resulta poco creíble.
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En el artículo se menciona que en la parte trasera de la estatua podría haber una representación del Hombre Pájaro e incluso de un codo. Sin embargo, no comparto esa visión, con el artículo. A mi juicio o a mi parecer, lo que realmente aparece es la ceremonia del tangata manu en Orongo, más que la figura de un hombre en sí. Es cierto que en otra de las figuras puede distinguirse algo parecido a un codo sosteniendo un huevo, lo cual tendría sentido como símbolo del ritual, pero eso no significa que se esté representando literalmente a un individuo. Además, cuando se excavó la casa de piedra donde se halló el moai, se encontraron abundantes restos de aves, conchas marinas y otros animales, lo que confirma la conexión directa de este espacio con las prácticas rituales ligadas al Hombre Pájaro.
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Según Routledge, cuatro «dioses» (atua) participaban en la ceremonia del hombre pájaro: Hawatuu taketake («jefe de los huevos») y Makemake, hombres, y Vie Hoa (la «esposa» de Hawa) y Vie Kenatea, mujeres. El hombre pájaro siempre era hombre. Routledge consideró que las numerosas tallas de hombres pájaro en Orongo podrían haber «representado a uno de los dioses de los huevos», pero consideró más probable que cada una fuera un monumento a un hombre pájaro.
Sin embargo, parece completamente razonable que los hombres pájaro en la espalda de Hoa Hakananai'a sean 'dioses huevo', y en vista de nuestra sugerencia de que los picos tienen género, el manupiri emparejado podría representar a los compañeros masculino y femenino Hawatuutaketake ('jefe de los huevos') a la izquierda, y Vie Hoa a la derecha. Otros motivos hacen eco de la pareja.
Rapa Nui se formó a partir de tres volcanes submarinos que entraron en erupción en diferentes momentos durante el último millón de años. Poike (Pua Ka Tiki), el más antiguo, entró en erupción entre 520.000 y 600.000 años antes del presente y forma el extremo sureste de la isla. Las últimas instrucciones de lava en Rano Kau, en el extremo suroeste, datan de hace 240.000, 340.000 y 180.000 años antes del presente. Rano Kau contiene un cráter masivo, profundo y lleno de agua. Ma'unga Terevaka, en el extremo norte, fue el último volcán en entrar en erupción (hace unos 180.000 ,200.000 años), y liberó lava que cubrió el 95 % de la superficie de la isla.
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Todos los ahu con imágenes eran altares o templos. Se desconocen los detalles ceremoniales, pero se supone que el ritual del ahu se centraba en la fertilidad, el nacimiento, la muerte y la apoteosis (la elevación de un individuo al nivel de un dios tras su muerte). Las cremaciones y los entierros se realizaban cerca o sobre los ahu con imágenes, y es posible que también se realizaran sacrificios humanos. Solo un jefe de alto rango habría podido encargar una estatua de la calidad de Hoa Hakananai'a, especialmente si lo hizo en una época en que la isla sufría una disminución general de recursos.
Exploraron el centro ceremonial de Orongo. Entraron uno por uno en cada uno de los edificios de piedra de Orongo, registrándose metódicamente a gatas (Imagen 57). Encontraron pinturas rojas y blancas en losas planas de piedra fijadas en las paredes opuestas a las puertas. En rapanui, taura significa cuerda o cordón; renga es una denominación polinesia ampliamente conocida para la planta de cúrcuma y el tinte naranja que se produce a partir de su tubérculo. Llamada pua en rapanui, la cúrcuma también era apreciada por su fragancia. Por lo tanto, taura renga podría ser una alusión al fajín teñido de rojo (maro) que representaba la autoridad y el estatus de los jefes. Se decía que Hoa Hakananai'a usaba un cinturón especial hecho de tela de corteza frotada con pigmento rojo durante las ceremonias de mayoría de edad. El legado de Hoa Hakananai'a. Hoa Hakananai'a tiene la forma tradicional y, por ende, el mismo significado que todos los moai grabados en ahus con imágenes. Este significado se ha perdido, pero basándose en el contexto arqueológico y la prehistoria polinesia, se presume que los moai eran símbolos de identidad de linaje dedicados a uno o más dioses ancestrales. Si Hoa Hakananai'a estaba originalmente relacionado con el santuario de Orongo, conocido como Complejo A, una de sus funciones pudo haber sido legitimar la transferencia de poder dentro del ramaje Miru.
Una mirada crítica y actual
Leyendo este artículo noto algo que me incomoda profundamente: la forma en que se habla de Hoa Hakananai’a como si fuera un simple objeto del pasado, como si su valor religioso hubiese muerto junto con quienes lo tallaron. Esta visión es muy propia de la arqueología del siglo XX, que tiende a describir las creencias indígenas como “extintas”, olvidando que los Rapa Nui siguen existiendo, que tienen voz y que su memoria cultural sigue viva, dicha lucha sigue a día de hoy.
Cuando el texto insiste en ver a los hombres pájaro tallados en la espalda como simples “dioses huevo”, o en reducir los símbolos a hipótesis estéticas, lo que se pierde es la conexión real con la comunidad que aún reconoce en esas formas como parte de su historia y de su legado que sigue vivo en nuestro presente. ¿Por qué no preguntarse qué significa Hoa Hakananai’a para los Rapa Nui de hoy? ¿Por qué dar por hecho que esa espiritualidad está muerta? Para muchos isleños, el moai no es un fósil ni una pieza de museo: es un rostro vivo (aringa ora), un vínculo con los ancestros y un recordatorio de su identidad, es como robar una virgen de un altar de una iglesia y exhibirla en un museo, hay que ponerse en la piel de los rapa nui.
Además, se nota que gran parte de la interpretación del artículo está hecha desde fuera, sin integrar la perspectiva local. Hoy sabemos que la investigación arqueológica en Rapa Nui ha cambiado: los proyectos más recientes incluyen la participación directa de la comunidad y toman en serio su conocimiento oral y simbólico. Esa es la diferencia entre estudiar un objeto desde la vitrina y entenderlo como parte de una cultura viva, que hay que preservar, para las futuras generaciones.
Por eso, más que discutir si el relieve es un “codo” o un “dios huevo”, lo importante es reconocer que estas representaciones son fragmentos de un sistema ritual complejo que solo cobra sentido dentro de su propio contexto. Un contexto que fue arrancado junto con el moai y que hoy se reclama de vuelta. La visión actual, más respetuosa, no debería ser preguntarse únicamente qué significaban esas tallas hace siglos, sino también qué significan ahora para el pueblo Rapa Nui, que sigue reclamando su derecho a decidir sobre su patrimonio.
Hoa Hakananai’a: un regreso necesario para el pueblo Rapa Nui y restaurar su legado.
¿Hoa Hakananai’a debe ser devuelto a Rapa Nui?, la respuesta es sí . Su regreso no es solo un acto simbólico, sino una obligación ética y cultural hacia un pueblo que vio cómo su patrimonio más sagrado era arrancado y violado sin permiso. Este moai fue erigido por los Rapa Nui para la ceremonia del Hombre Pájaro,también conocida como Tangata Manu, en la ciudad ceremonial de Orongo. Cada detalle de su construcción, cada gesto de su forma y ubicación, estaba pensado para cumplir una función espiritual y social: representar al antepasado y servir como canal del mana, la fuerza vital que conecta a la comunidad con sus ancestros. Sacar este moai de su contexto no es simplemente un despojo físico; es una interrupción del vínculo entre un pueblo y su historia, entre los vivos y los que ya no están.
Para comprender su significado, podemos hacer un paralelismo con otras religiones: sería como imaginar un altar cristiano sin sus santos, sin su virgen, y que alguien se lleve sus elementos más importantes a un museo para exponerlos como meros objetos decorativos. Para los Rapa Nui, Hoa Hakananai’a es igualmente central: no es una obra de arte cualquiera, sino un elemento vivo de su memoria cultural, es el rostro viviente del antepasado, en lengua rapa nui sería, conocido como (aringa ora) que aún espera ser colocado en su ahu, su altar ceremonial. Su desplazamiento es, por tanto, una forma de colonización simbólica que ignora siglos de significado ancestral, ya que pone a Europa, occidente y el mediterraneo como superiores y eso no es verdad, hay que generar igualdades no diferencias, somos humanos después de todo.
El contexto histórico de su traslado explica, pero no se justifica, esta injusticia. Durante el siglo XIX, las potencias coloniales europeas veían los objetos culturales como trofeos, souvenirs o “tesoros exóticos” que podían trasladarse sin consentimiento, en un proceso que hoy conocemos como robo sistemático. Para los colonizadores, robar veinte, treinta o cincuenta piezas tenía poca importancia, con tal de ganar dinero y beneficiarse a costa dello. Pero para los Rapa Nui, cada moai es único, con un lugar específico en la tierra y en el corazón de su comunidad. La película Te Kuhane o Te Tupuna (“El espíritu de los ancestros”) muestra con claridad cómo los habitantes de la isla aún recuerdan dónde debería estar cada moai, subrayando que estos objetos no son intercambiables, son un legado único en el mundo.
El retorno de Hoa Hakananai’a sería también un acto de justicia histórica. Devolverlo es reconocer que las culturas no occidentales tienen derechos intransferibles sobre sus patrimonios, que las voces de los pueblos originarios merecen ser escuchadas y respetadas, y que la conservación no se limita a proteger un objeto físico, sino a respetar su contexto, su función y su significado. Hoy, muchos museos argumentan que sus salas garantizan una mejor conservación; sin embargo, el verdadero cuidado no está solo en mantener intacta la piedra, sino en permitir que la estatua cumpla su rol dentro de la cultura que la creó, en este caso los rapa nui.
Además, el retorno tendría un efecto educativo y simbólico profundo. Sería un recordatorio de que el patrimonio cultural no es propiedad de quienes tienen poder o dinero para moverlo, sino de las comunidades que lo erigieron, veneraron y transmitieron a lo largo de generaciones. Es una oportunidad para que los Rapa Nui enseñen al mundo cómo se honra a los ancestros, cómo la espiritualidad y la historia se entrelazan y cómo la memoria colectiva no puede separarse de su lugar de origen sin generar un vacío irremplazable.
Devolver Hoa Hakananai’a no solo repara un error del pasado, sino que marca un camino hacia un nuevo respeto intercultural: una forma de reconocer que la historia de la humanidad no está completa si se excluyen las voces de los pueblos que primero levantaron estas obras maestras. Es también una invitación a reflexionar sobre nuestras propias prácticas: cómo consumimos la cultura, cómo la entendemos y, sobre todo, cómo podemos protegerla sin despojar a aquellos que la crearon.
Finalmente, su regreso sería un gesto pionero: no un simple intercambio de piezas entre museos, sino un acto de restitución con conciencia histórica y ética. Sería un pequeño pero potente granito de arena en la construcción de un mundo más justo y respetuoso con la diversidad cultural. Porque algunos objetos no pueden ser reducidos a su materialidad ni a su valor estético; algunos objetos, como el moai Hoa Hakananai’a, son portadores de memoria, identidad y espíritu. Y la verdadera justicia exige que sea devuelto a su hogar y su tierra donde lo vio nacer y del que todavía se escuchan sus gritos.
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Conclusión: el eco de una memoria viva y de un pueblo roto.
Llegados a este punto, no podemos mirar a Hoa Hakananai'a, únicamente como una estatua inmóvil, fría y descontextualizada en el interior del museo británico,que cabe destacar en la sala de África, lo que es un ultraje. No podemos quedarnos en la superficie de la piedra, ni en los centímetros exactos de su talla. Su historia, y sobre todo su significado, nos obligan a ver mucho más allá. Este moai encarna la memoria de un pueblo que, pese a siglos de colonialismo, enfermedades, esclavitud y despojo, sigue de pie. Y en esa resistencia se encuentra la verdadera grandeza de Rapa Nui: su capacidad de recordar, de reconstruir y de reclamar lo que le pertenece.
El artículo que hemos revisado con sus aciertos y sus limitaciones, refleja un problema que va más allá de la arqueología: la tendencia a considerar que las religiones y culturas indígenas son parte de un pasado muerto. Es como si el mundo académico se empeñara en escribir la última página de un libro que los propios protagonistas aún están escribiendo. Sin embargo, los Rapa Nui no son una nota al pie de la historia, ni un vestigio de un tiempo remoto. Son un pueblo vivo, con lengua, con memoria oral, con prácticas culturales que se transmiten de generación en generación y que es digno de admiración.Y desde esa vivencia, Hoa Hakananai’a no es un fósil: es un antepasado arrancado de su altar, un rostro vivo (aringa ora) que todavía espera regresar a su casa.
El moai nos habla, aunque esté lejos de su tierra y de cómo la echa de menos. Nos recuerda que la historia de la humanidad no se puede contar solo desde Londres, París o Berlín. Que la historia también tiene raíces en el Pacífico, en aquellas islas donde se desarrollaron navegaciones milenarias, cosmovisiones complejas y un arte cargado de espiritualidad. Reducir a Hoa Hakananai’a a un objeto de estudio, a una pieza de museo, es traicionar la dimensión más profunda de lo que representa e incluso a su propio pueblo.
Imaginemos por un instante cómo sería ver el altar de una catedral europea despojado de sus santos o de su virgen más venerada, llevada a miles de kilómetros de distancia y expuesta en una vitrina con una placa que explique su “valor histórico”. La indignación sería inmediata. Nadie aceptaría que un pueblo ajeno decidiera cómo interpretar aquello que da sentido a tu fe, a tu comunidad, a tu identidad a un alma . Pues bien, eso mismo ocurre con Hoa Hakananai’a. Para los Rapa Nui, no es un objeto decorativo ni un simple ejemplo de “arte primitivo”. Es parte de su genealogía espiritual, un canal del mana, esa fuerza vital que une a los vivos con sus ancestros.
Devolverlo no es, por tanto, un gesto de buena voluntad, sino un acto de justicia. Justicia hacia un pueblo que vio cómo sus símbolos más sagrados fueron arrancados sin su consentimiento. Justicia hacia una cultura que ha sido sistemáticamente silenciada, reducida a mito o exotismo. Justicia, en definitiva, hacia la dignidad humana. El regreso de Hoa Hakananai’a significa reconocer que el colonialismo no sólo se tradujo en conquistas militares, sino también en la apropiación del alma de los pueblos a través de sus objetos sagrados.
Pero el retorno tendría también otra dimensión: la pedagógica y la reconciliadora. Si los museos europeos devolvieran este moai, no perderían prestigio; al contrario, ganarían respeto. Serían vistos como instituciones capaces de evolucionar, de escuchar y de ponerse del lado de la ética antes que de la posesión. El público internacional comprendería que la conservación de un objeto no se mide únicamente por la humedad controlada o por la calidad de la vitrina, sino por el hecho de que ese objeto pueda seguir cumpliendo su papel dentro de la cultura que lo engendró. El moai puede durar miles de años, pero el sentido que tiene en el corazón de un pueblo solo puede mantenerse si sigue enraizado en su tierra.
Por supuesto, devolver Hoa Hakananai’a no reparará de golpe siglos de abusos. No borrará las profanaciones, las enfermedades introducidas, las deportaciones masivas ni la pérdida de tantas vidas. Pero sí marcaría un hito: un paso hacia la reparación simbólica y hacia un futuro distinto. Sería la prueba de que el diálogo intercultural es posible, de que podemos reconocernos como iguales y de que el respeto a los pueblos originarios no es un lujo, sino una deuda pendiente.
En definitiva, Hoa Hakananai’a no es un recuerdo muerto del siglo XIII ni un “tesoro arqueológico” congelado en el tiempo. Es un símbolo vivo, que late en la memoria de los Rapa Nui y que clama por regresar. Su presencia en Londres es un recordatorio incómodo de cómo Europa construyó sus colecciones a costa de otros. Su regreso, en cambio, sería un ejemplo luminoso de que el mundo puede cambiar, de que podemos mirar a los pueblos originarios no como objetos de estudio, sino como interlocutores válidos y protagonistas de su propia historia.
Quizás, si algún día Hoa Hakananai’a vuelve a contemplar el horizonte del Pacífico desde su ahu en Orongo, entenderemos mejor lo que significa el respeto. No será solo la restitución de una estatua: será el reconocimiento de que la memoria de los pueblos no se puede encerrar en vitrinas, porque pertenece a la tierra, a la comunidad y al espíritu que le dieron vida. Y tal vez entonces, por fin, el silencio del moai se convierta en una voz de justicia que resuene mucho más allá de Rapa Nui.
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Espero que os haya gustado y nos vemos en próximas publicaciones. Que paséis un agradable verano y una muy buena semana.
ANEXO FOTOS:Figura 2.
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